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Violencia y ajedrez




El Diario de la RepĂșblica. Argentina. 8-4-2008

En la vasta bibliografía que defiende la enseñanza y el aprendizaje del ajedrez, suele haber definiciones que configuran una amplitud de criterios tan extensa como elogiosa.

Desde aquellos pragmĂĄticos que se empecinan en definirlo como deporte, hasta los romĂĄnticos bohemios que lo consideran sencillamente arte. Roberto Grau, figura excluyente de la pedagogĂ­a ajedrecĂ­stica argentina, decĂ­a que “el ajedrez es demasiado serio para ser considerado un juego, y demasiado juego para ser considerado una ciencia”. SolĂ­a quedarse amparado en “un arte creativo que ayuda a pensar”, cuando lo apuraban un poco. En tĂ©rminos generales se suele adherir a la tesis mĂĄs cercana de la segunda mitad del siglo XX, que lo define como disciplina deportiva. Lo de deportiva tiene que ver con que ante un tablero de ajedrez (e l campo de juego) convergen dos rivales para disputar una partida, con reglas claras (la ubicaciĂłn y el movimiento de las piezas) y una serie de resultados posibles (victoria, empate o derrota).

Lo de disciplina es lo que vale la pena profundizar: se habla del ajedrez como una escuela formadora de valores, como un mecanis mo Ăștil a la hora de desarrollar el pensamiento deductivo, como un acercamiento fiable a la resoluciĂłn de problemas, como una forma inicial de atrapar el pensamiento cientĂ­fico, como elemento creativo por excelencia, como aceptaciĂłn del triunfo de una idea (pr oducto del estudio razonado), como aprendizaje de reglas que permanecerĂĄn para toda la vida si se aprende desde niño, (saludar al rival al comienzo y al final de cada partida, dejar los trebejos ordenados sobre el tablero, como muestra de respeto ante el ĂĄrbitro y lo s colegas, no tener expresiones fuera de lugar y ansiar la superaciĂłn con la prĂłxima partida, para lo cual se consultarĂĄ al maestr o, al guĂ­a, a la base de datos o al libro.

Hace un par de dĂ­as varias noticias sobre el mismo tema conmovieron al paĂ­s: bajo el tĂ­tulo “violencia en las escuelas”, se dio cuenta ante la sociedad de un fenĂłmeno que lamentablemente no es nuevo, sĂ­ tal vez por lo inusitado de la violencia, y que para mayores males crece año tras año con estadĂ­sticas que nos avergĂŒenzan y nos obligan a preguntarnos: quĂ© grado de enfermedad somos capaces de soportar. Alumnos que esperan a sus docentes a la salida de la escuela para insultarlos y golpearlos, compañeros que desfiguran a un par porque no soportan su Ă©xito estĂ©tico, chicos con armas de fuego y armas blancas y siguen los hechos en una espiral que tiñe de rojo una estadĂ­stica en la que cada año se retrocede un poco.

En el documental sobre la masacre en masa de un colegio de Colorado, Estados Unidos (1999), “Bowling for Columbine” (2004), por parte de dos adolescentes, el director norteamericano Michael Moore, indaga durante mĂĄs de una hora sobre las causas que llevaro n a la tragedia. Abona la teorĂ­a de que estos hechos suceden como producto de una sociedad violenta, con arraigados hĂĄbitos armamenticios y en la que nadie estĂĄ dispuesto ceder en su cultura de “seguridad personal”. Hasta el dĂ­a de hoy el caso no ha encontrado una explicaciĂłn que satisfaga plenamente a los analistas.

Desde entonces el mundo ha asistido azorado a similares situaciones en varios puntos del planeta; la Argentina ha tenido su Columbine, hace tres años en Carmen de Patagones. Cada nuevo hecho de violencia en las escuelas recuerda con espanto a aquél.

El ajedrez puede funcionar como revulsivo de estos dramas. No el ajedrez por sí solo, a pesar de sus enormes virtudes, sí la enseñanza de la disciplina ajedrez como una manera de formar hombres y mujeres capaces de resolver problemas sin recurrir a la violencia, hombres y mujeres capaces de aceptar un resultado adverso y con la certeza de que mediante el esfuerzo personal esos obståculos se pueden superar en la próxima partida.

Desde el año 2006 en San Luis funciona el programa Ajedrez Escolar Inicial (AEI), impulsado por el Gobierno de la Provincia a tr avĂ©s de la Universidad de La Punta y que en la actualidad llega a mĂĄs de 18.000 niños distribuidos en 192 escuelas. Sus logros son palpables, medibles, concretos, tienen la valĂ­a de lo que se ve y se toca. Dentro de este panorama masivo hay un grupo de niños que han obtenido importantĂ­simos logros a nivel local, nacional e internacional, llevando el nombre del ajedrez de San Luis a toda l a Argentina y el mundo. Al principio no habĂ­a representantes, luego surgiĂł uno (el carismĂĄtico y talentoso AndrĂ©s PalĂș), hoy tenem os once. Son jugadores de elite, de la pequeña elite ajedrecĂ­stica. Se formaron en San Luis, aprendieron en el AEI, surgieron de es a masa gigantesca de 18.000 niños y van por mĂĄs.

Se los ve crecer dĂ­a tras dĂ­a, mĂĄs de una vez al mes se los ve frustrados por un resultado adverso, pero no apelan a la violenci a, ni al insulto, ni al menosprecio por el rival de turno; sencillamente se esfuerzan mĂĄs, se proponen mejorar, superar un obstĂĄculo, ele var el listĂłn. El ajedrez sĂłlo no alcanza, pero ellos tienen disciplina y se les reconoce el esfuerzo.

Hace unos dĂ­as en la Universidad de La Punta se recibiĂł una peticiĂłn de la escuela RepĂșblica de Chile, su directora, Marta MarĂ­n , solicitaba mĂĄs horas de ajedrez para sus alumnos (allĂ­ se dicta el AEI, desde el 2006), ya que luego de tomarse el trabajo de medir estadĂ­sticamente la conducta de los mismos, pudo comprobar que los niveles de violencia habĂ­an descendido y que se habĂ­an logrado mejores niveles de tolerancia y aceptaciĂłn en una poblaciĂłn con niños en situaciĂłn de riesgo social. La respuesta de la Universidad de La Punta fue clara y contundente, habrĂĄ mĂĄs horas de ajedrez y un apoyo absoluto para todos los seguimientos necesarios.

El ajedrez por sí solo seguramente no resuelve grandes problemas psicosociales, pero sí acompañado de un proyecto a largo plazo y enfocado como disciplina formadora. Muchos niños aprenden en San Luis que a la hora de resolver problemas y superar obståculos, son preferibles un tablero y piezas antes que el insulto o la violencia.



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