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El jugador de ajedrez y la navidad - Primera parte




Era la víspera de Navidad. Durante todo el día había soplado un viento frío y huracanado; y había comenzado a nevar. Una cortina de copos de nieve caía del cielo enteramente cubriendo el pequeño pueblo donde vivía el ranchero Dyhema. También se derramaba sobre sus campos, que ya habían sido arados y sembrados para la próxima temporada, sus enormes graneros estaban llenos de heno y grano, la granja, el granero y el edificio.

Dyhema, el viejo granjero se sentó en su silla cerca de una chimenea en la que chispeaba la leña y contempló el esplendor blanco que venía del cielo. Le gustaba contemplar cuando la nieve cubría sus campos. Lo cual auguraba una buena cosecha para el próximo año.

Se encontraba cĂłmodo y satisfecho en su salĂłn. Sobre la mesa habĂ­a un tablero de ajedrez con todas las piezas en la posiciĂłn del inicio, situadas en las casillas blanco y negro.

A Dyhema le gustaba jugar al ajedrez. Estaba esperando la llegada del pårroco del pueblo. Cada domingo por la noche el capellån iba a jugar con el viejo ranchero y también durante las Navidades.

Sin lugar a dudas vendría esta noche. Oh, sí, a Dyhema le fascinaba este juego, sin duda, porque él siempre ganaba. No había nadie en el pueblo que fuera capaz de jugar tan bien como él. Era el mås acaudalado del pueblo. Era el mejor campesino y sin duda el mejor jugador de ajedrez; era honesto y justo a la vez. Vivía solo con sus siervos. Su esposa había fallecido hacía años. Pero esta Navidad no estaba pensando en su esposa.

Siempre estaba solo y meditaba sobre sĂ­ mismo. ¡QuĂ© abundante fue la cosecha de este año! ¡Era el hombre mĂĄs importante del pueblo! Cuando caminaba por las calles, la gente se quitaba el sombrero ante Ă©l. Si alguien necesitaba ayuda, Ă©l colaboraba. Si alguien necesitaba un trabajo, Ă©l se lo conseguĂ­a. Si alguien necesitaba dinero, Ă©l se lo prestaba.

De repente se abriĂł la puerta. Un sirviente entrĂł y le dijo: "Es muy tarde, Dyhema. ¿Debo seguir manteniendo la tarta de Navidad todavĂ­a en el horno?" Dyhema mirĂł el reloj. "El sacerdote llegarĂĄ tarde", comentĂł. "SĂ­, pero aĂșn asĂ­, mantĂ©n la tarta en el horno." El criado se volviĂł hacia la puerta y dijo: "Me preocupa que el sacerdote no pueda llegar porque la nieve acumulada en las calles es considerable".

Dyhema mirĂł al crucifijo colgado en la pared, pero solamente confirmĂł: "EsperarĂ©." Cuando el sirviente se habĂ­a marchado, Dyhema se levantĂł y mirĂł a travĂ©s de la ventana. Entonces se dijo a sĂ­ mismo: "¡Cuanta nieve! Estoy casi seguro de que el cura no va a encontrar el camino para llegar a mi casa. La nieve alcanza un gran espesor".

Dyhema mirĂł hacia atrĂĄs con ojos anhelantes al tablero de ajedrez. ¡Pero alguien apareciĂł! ¡Era El Niño JesĂșs! Todo el dĂ­a estuvo muy ocupado el Niño JesĂșs.



Las Navidades son su tiempo, porque entonces los corazones de los seres humanos se abren y es esto, lo que necesita el Niño JesĂșs: los corazones abiertos. Todo el mundo recuerda de su juventud que las Navidades en casa son momentos muy agradables.

La gente piensa en su vida y de cĂłmo las cosas no le han ido bien. Anhelan cambiar muchas actitudes y empezar de nuevo.

En aquel instante el Niño JesĂșs llamĂł a la puerta de Dyhema. CreyĂł que era como una obligaciĂłn suya al final del dĂ­a visitar al viejo Dyhema. Cuando el Todopoderoso habĂ­a enviado al Niño JesĂșs visitar al anciano campesino, le constestĂł: "Su corazĂłn no se abre fĂĄcilmente. Pero el Padre le ordenĂł: "Vete a verle, su corazĂłn ha estado cerrado a lo largo de muchos años. Pero ahora es el momento preciso.

"Cuando el Niño JesĂșs caminaba por la nieve, iba reflexionando: ¿QuĂ© podĂ­a hacer? Pero si el Señor del cielo le dice: "Ya es la hora", entonces significa que es la ocasiĂłn adecuada.

Y asĂ­ fue, como el Niño JesĂșs se encontrĂł de repente en el salĂłn del viejo granjero. Nadie lo habĂ­a oĂ­do entrar, nadie lo habĂ­a visto, pero estaba allĂ­.

"Buenas noches, Dyhema!", dijo con su voz angelical. Dyhema mirĂł a su alrededor y preguntĂł. "¿QuiĂ©n eres tĂș, niño, y ¿cĂłmo has entrado? " El Niño JesĂșs se sentĂł frente a Dyhema en una silla, cerca de la chimenea y le dijo: "Yo soy el Niño JesĂșs."

"¿El Niño JesĂșs? ¿QuĂ© quieres de mĂ­?" "SĂłlo deseo hablar contigo."

"No tenemos nada que hablar. He hecho todo lo que un hombre puede y debe hacer. DonĂ© 500 florines para la Fiesta de Navidad en la iglesia. " "Ya lo sĂ©", dijo el Niño JesĂșs ", donĂł 250 florines para una fiesta que se celebrarĂĄ el prĂłximo domingo en la escuela". "SĂ­," dijo el granjero de nuevo, "y 500 florines para los pobres del pueblo y a todos los enfermos mis sirvientes han entregado un regalo." "Lo sĂ© todo", dijo el Niño JesĂșs y suspiro de alivio: "Tu eres como un rey en un trono y distribuye pequeños regalos a la gente.

Pero: ¡quĂ© pequeños son los regalos comparados con las decenas de miles de florines, que ganas cada año. Y todos estos regalos no los repartes por el amor al prĂłjimo, si no solamente por amor a ti mismo, de forma que tu te sientas tranquilamente y te sientes satisfecho de ti mismo.

¡Ah, si tu conocieras la verdadera historia de la Navidad! " "La conozco muy bien. La historia comienza con el emperador Augusto cuando daba la orden de realizar el primer censo… " "Ves, tu te confundes por completo!" "¿Falso?"

El ranchero Dyhema tomĂł la Biblia en sus manos que estaba junto a Ă©l. "Mira, aquĂ­ estĂĄ." En los dĂ­as en que el emperador Augusto….". Esto no es correcto, conozco la historia. Yo soy el Niño JesĂșs y te digo, que no transcurrieron tantos tiempos desde los dĂ­as de Augusto.

A saber, que ocurre cada año nuevamente. En algĂșn lugar un niño nace todos los años, pobre y sin ropa esperando una ayuda.

A veces se trata de un niño enfermo o un menesteroso o una mujer pobre, a la que esperan que les ayuden. ¡Esta es la historia de la Navidad!

"SĂ© que soy un pecador ante el Todopoderoso", dijo Dyhema. "Todo el mundo es un pecador ante Dios. Pero lo que pude, lo hice. No puedo repartir todo mi dinero o algo parecido. Eso serĂ­a por mi parte una majaderĂ­a."

"Yo no pido tu dinero. Pido mucho mĂĄs que tus riquezas. ¡Pido amor, por favor! Tu has dicho que has hecho todo lo que podĂ­as. ¿Pero quĂ© me dices de tu hija?"

El viejo granjero se levantĂł furioso. "¡Mi hija estĂĄ muerta. Ella estĂĄ muerta para mĂ­! Si tu eres realmente el Niño JesĂșs, debes saber que hace ya mĂĄs de 10 años que se casĂł contra mi voluntad. Se casĂł con un artista o mĂșsico, de forma que yo no estaba en absoluto de acuerdo.

¡Los niños deben obedecer a sus padres! No, no quiero hablar de eso. " "Ella vive en la pobreza y tiene un hijo," le replicĂł el Niño JesĂșs. "¡Lo sĂ©. Pero es su propia culpa. No es la mĂ­a!"

El Niño JesĂșs mirĂł el reloj. Alrededor de las siete y media iba a venir la hija con su hijo para reencontrarse con su anciano padre.

El Niño JesĂșs hacĂ­a algĂșn tiempo que se habĂ­a reunido con la hija y le rogĂł que visitara a su padre y le asegurĂł que todo iba a ir bien entre ellos.

Ahora, sĂłlo media hora antes de su llegada, el corazĂłn de Dyhema estaba petrificado mĂĄs que nunca. El Niño JesĂșs no se desanimĂł.

El Padre del cielo lo habĂ­a enviado para ablandar el corazĂłn del viejo granjero.

Dyhema esbozĂł una sonrisa y dijo: "¡Vamos a jugar al ajedrez!" "¿Sabes jugar, supongo?" "Un poco," respondiĂł el Niño JesĂșs. "Bueno, vamos a empezar. Vale mĂĄs jugar que hablar."

Los dos comenzaron a jugar. ParecĂ­a que el Niño JesĂșs no era un jugador muy experto. Pasados diez minutos ya habĂ­a perdido una torre y un caballo. Dyhema se frotĂł las manos. Sin duda iba a ganar la partida.

Cuando el Niño JesĂșs habĂ­a perdido casi la mitad de sus piezas, se detuvo de pronto y dijo: "Imaginas por un momento que llegara el dĂ­a de Nochebuena tu hija con tu nieto. ¿Los recibirĂ­as?" "Ya basta con esta tonterĂ­a. Mira mejor a tu tablero. La partida la tienes casi perdida. ¿Y por quĂ© deberĂ­an venir? "

"Bueno, acepto que casi he perdido la partida, contestĂł el Niño JesĂșs. Bueno, tal vez. Pero supongamos que consiga ganar la partida, digamos por ejemplo antes de las 8, ¿Les dejarĂ­as pasar?"

El viejo campesino se echĂł a reĂ­r. "Me gustarĂ­a, pero eso es imposible." El Niño JesĂșs sonriĂł tambiĂ©n. Faltaba un minuto para las ocho. El Niño JesĂșs sĂłlo contaba con su rey, la reina y un alfil. Dyhema tenĂ­a todavĂ­a casi todos sus piezas.

Dyhema mirĂł el reloj. "Son las ocho en punto", dijo. "SĂ­, son las ocho, pero creo que es jaque mate y has perdido", dijo humildemente el Niño JesĂșs.

"¿Jaque mate?" Dyhema mirĂł al tablero. Sus ojos se dilataron. "¿Ah, sĂ­? Espera un minuto. Todas mis piezas han cambiado su posiciĂłn. No, no, pero ¿quĂ© ha ocurrido?"

El Niño JesĂșs sonriĂł nuevamente y dijo: " Es como en la vida." Entonces mirĂł seriamente al granjero. "A menudo pensamos que estamos perdidos. Incluso, creemos que no hay nadie en el mundo que nos pueda ayudar. Y entonces Dios nos mira y dice: " Es el instante." Y de nuevo todo lo que se ve, es muy diferente.

Tu lo ves todo con una luz distinta, y de repente uno se da cuenta que no todo estĂĄ perdido si no al contrario ganado! Recuerda Dyhema! Ante Sus ojos no todo estĂĄ perdido. Los humildes serĂĄn encumbrados.

Los Ășltimos serĂĄn los primeros. " Y de repente el Niño JesĂșs habĂ­a desaparecido.




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