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El poder corrompe




Karl Lowenstein habla del “carĂĄcter demonĂ­aco” del poder, el hecho de que tiende a excederse y quienes lo detentan a abusar, por eso la limitaciĂłn del poder es el centro de su TeorĂ­a de la ConstituciĂłn. Quien ejerce poder suele justificarse en su carĂĄcter ancilar, en el beneficio que recibe el sometido individualmente o dentro del interĂ©s colectivo o de la justicia en general, pero salvo que se sea un santo es difĂ­cil resistir la tentaciĂłn del abuso. Una idea vieja, ya los profetas del Antiguo Testamento dirigĂ­an buena parte de sus dardos contra los poderosos. Como dice Miqueas: “para hacer un favor, el prĂ­ncipe exige y el juez reclama una gratificaciĂłn; el poderoso manifiesta su avidez y se pervierte la justicia”.

La experiencia comĂșn avala que todo el que detenta algĂșn tipo de poder, esto es, la capacidad de influir en la conducta ajena para amoldarla a los propios deseos, sea por medios psicolĂłgicos, emocionales o fĂ­sicos, alguna vez, antes o despuĂ©s, hace un mal uso de Ă©l. Afecta a cualquier persona con poder: los padres, los hijos, los cĂłnyuges, los amantes, los hermanos mayores, los maestros, los niños mĂĄs fuertes del patio del colegio, los sacerdotes, los policĂ­as, los jueces, los patronos, los jefes, los gobernantes. El abuso o la corrupciĂłn del poder, el ejercicio en exclusivo beneficio propio con desprecio o daño del dominado, estĂĄ en su propia naturaleza que tiene algo de patolĂłgico.
Cuanto mayor es el poder que se ejerce mayor la posibilidad de abusar; como sentenció Lord Acton en el debate sobre la infabilidad papal, el poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente. La måxima concentración de poder se suele producir en la política y en ella encontramos los casos mås agudos de abuso y corrupción. Una buena parte de la actividad política se dedica precisamente a limitar y controlar el ejercicio del poder, a tratar de que sus titulares lo utilicen en beneficio de la comunidad y no en beneficio propio o de minorías privilegiadas. Buena parte de las instituciones de un Estado de Derecho estån diseñadas para atender a la finalidad de fiscalizar a los que mandan: la división de poderes, la publicidad y transparencia, los sistemas de elección o nombramiento de cargos, la existencia de controles de unos órganos sobre otros. Pero resulta que todos los medios de vigilancia y prevención se revelan insuficientes; antes o después se burlan, se eluden, se les encuentra la vuelta, hecha la ley hecha la trampa. Hay que perfeccionarlos, sustituirlos o complementarlos. El poder tiene una inquietante capacidad de sortear los controles, no hay mås remedio que duplicarlos, triplicarlos, echar albarda sobre albarda, asignar vigilantes a los vigilantes, inspeccionar a los inspectores, revisar lo revisado. Acumular interventores, auditores, consejos, órganos de investigación, tribunales, parlamentos, defensores del pueblo, censores de cuentas, fiscales especiales, informes, recursos, reclamaciones, quejas, situar por encima de todos un supremo guardiån de la constitución y todavía dudar sobre los controles que habrían de ponerse. El Estado de Derecho no es sino una lucha constante en medio del temporal para cortar las fugas, taponar las grietas, reforzar las compuertas y elevar los diques para intentar que el poder no se desborde.

Pero por encima del poder polĂ­tico, y con frecuencia con mucho mĂĄs peligro por ser menos evidente, estĂĄ el poder econĂłmico. El dinero compra el poder. A veces con intermediarios que lo ejerciten, a veces directamente (Berlusconi). La fĂłrmula que permite el mayor abuso, sea dentro o fuera de la ley, es acumular poder polĂ­tico y poder econĂłmico. El dinero compra la voluntad de quien tiene que aplicar la ley, de quien tiene que vigilar su cumplimiento, de quien tendrĂ­a que denunciar o informar. Hay algunas recetas sobradamente ensayadas para promover la capacidad de corrupciĂłn del poder econĂłmico. Desregular en nombre de la libertad econĂłmica; privatizar lo pĂșblico en nombre de la eficacia desplazĂĄndolo hacia zonas menos iluminadas; permitir o fomentar la concentraciĂłn empresarial en nombre de la competitividad; reclutar a la clase polĂ­tica del mundo empresarial en aras de la experiencia, y reclutar a la Ă©lite empresarial de entre los polĂ­ticos; desprestigiar el servicio pĂșblico y ensalzar la iniciativa privada y el enriquecimiento rĂĄpido.

Es sobre todo el mito de la eficacia el que sirve a la causa de concentraciĂłn del poder, tanto polĂ­tico como econĂłmico. Exaltamos a los partidos polĂ­ticos fuertes, unidos, compactos, con un liderazgo fĂ©rreo que raye el caudillismo y mantenga prietas las filas; exigimos gobiernos firmes y estables con mayorĂ­as sĂłlidas y preferentemente absolutas que generen la confianza de los mercados de capitales. Confiamos en las empresas grandes, con diversificaciĂłn de actividades, integradas en potentes grupos multinacionales, con amplios mercados en todo el mundo, capaces de imponerse a cualquier competencia y de tener buenas relaciones con cualesquiera gobiernos. Ansiamos el crecimiento, admiramos a los ganadores y queremos un mundo de colosos, vaya si el tamaño importa. La eficacia exige estar por encima de nimiedades e insignificancias. Los que mandan gustan de obviar trĂĄmites y papeleos, de agilizar los procedimientos, de pasar por encima de tanto burĂłcrata y leguleyo. Lo importante es hacer las cosas, conseguir resultados, aunque haya que eludir algunos enojosos controles y maquillar algunos datos, con la excusa de que todos lo hacemos, cĂłmo si no vamos a funcionar, por eso se inventĂł la huelga de celo, si nos ponemos tontos y aplicamos todo el manual o toda la ley colapsamos el sistema. De ahĂ­ a torcer las leyes o cambiarlas a medida hay un paso, y de ahĂ­ a infringir la ley hay solo otro pasito (de ida, no lo suele haber de vuelta); el poderoso enseguida se sitĂșa por encima de la ley, por encima de los demĂĄs. La raya entre las inocentes irregularidades y las actividades delictivas se suele pasar muy fĂĄcil porque en el campo enfangado donde se halla apenas se puede distinguir. Todo vale para ganar, siempre que no te pillen.

Fuente: webs.ono.com



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