MÉXICO D.F. - Hace tiempo salió una nota que decía que Manuel León Hoyos y Luis Ibarra Chami dejaban su participación en el ajedrez competitivo y dedicarían ahora su tiempo a una carrera universitaria. Por suerte, ambos decidieron continuar con el ajedrez, como parte importante en sus vidas, pero esto da a una reflexión:
Algunos le echan la culpa al sistema lamentable de la Federación Mexicana de Ajedrez (Fenamac), que no promueve que surjan nuevas promesas. No hay entrenador nacional siquiera. Esa figura –si existe– ya la desapareció Raúl Hernández, el presidente de ese organismo. Y ojo, que ser el entrenador nacional implicaría cierto nivel el cual –considerando que ya tenemos media docena de grandes maestros– requeriría al menos un nivel similar.
Pero independientemente de esto, no existe la mínima planeación para que la Fenamac otorgue becas -vía el CDOM o el COM o la institución que sea la responsable- para que jugadores con talento puedan dedicarse exclusivamente al juego ciencia. Si hubiese becas decorosas, digamos 10 mil pesos por mes, amén de viáticos a ciertos torneos y acceso a jugadores de alto nivel para poder ser entrenados, estas promesas podrían de pronto estar en el ámbito internacional con éxito.
Quienes diesen esas becas bien podrían poner sus condiciones, las cuales deberían estar adecuadas al nivel de esfuerzo que se hace para dotar de recursos a los jugadores prometedores. Así, sería ridículo pedirles que llegasen a campeones mundiales, pero quizás podría exigírseles que lograsen un rating determinado en un tiempo razonable. Yo entiendo que la competencia en ajedrez cada día es más difícil, pero evidentemente si se trazan metas, si se planea, si se trabaja con inteligencia, se pueden tener resultados.
De hecho, León e Ibarra son la muestra de que la idea original de la Escuela de Alto Rendimiento de Yucatán fue una medida que promovió el ajedrez en la península y, de Yucatán, tenemos una buena cantidad de jugadores que de alguna manera fueron incitados a participar en el ajedrez gracias al Torneo Carlos Torre y a otras competencias locales en esa zona del país. Llevó tiempo, pero es claro que dos de nuestras mejores cartas en el ajedrez internacional son yucatecas y no creo que sea coincidencia.
Así pues, no se trata de que a los jugadores prometedores se le den recursos y después que “le hagan como puedan o quieran”. No funcionan así las cosas. Se necesita repito, planeación, trabajo y organización. Eso no se ve en la federación mexicana.
Ahora bien, el hecho de que decidan dedicar sus esfuerzos ahora a la escuela, en lugar del ajedrez, no es algo que deba ni reprochárseles o aplaudírseles. En mi opinión el ajedrez merece todo el tiempo y dedicación del mundo. Como Botvinnik decía, “tenemos muchos violinistas profesionales y el ajedrez no es menos importante que la música” (palabras más, palabras menos). El problema con el juego ciencia es la percepción que se tiene de él. Mucha gente cree que quienes juegan ajedrez son unos vagos y por ello no se le da el valor que realmente merece nuestro juego.
Lo mismo puede decirse de quienes escriben o pintan. ¿A poco necesitamos escritores que escriban novelas? Finalmente en una novela se tratan temas que salen muchas veces de la imaginación de los escritores. ¿Los necesitamos? O los pintores, ¿de verdad lo que plasman en sus obras pictóricas es necesario en nuestras sociedades? En ambos casos yo creo que sí. Los novelistas, los pintores, los ajedrecistas, los artistas todos son importantes en las sociedades.
El ajedrez es algo más que un juego, una recreación. Es una actividad lúdica sin duda, pero para poderla ejercitar en su máximo nivel se tienen que dedicar muchos años e incluso, nacer con un talento especial que es lo que hace destacar a algunos pocos de la mayoría, además de trabajar y estudiar mucho, muchísimo tiempo.
Quizás por su gran complejidad el ajedrez es sin duda una actividad que puede obsesionar. Y en ese sentido, qué mejor que obsesionarse por un arte tan fantástico en lugar de caer en las trivialidades del mundo moderno, en la superficialidad en la que estamos -valga la curiosa expresión- sumergidos.
Como alguna vez escribió Stefan Zweig en el “Jugador de Ajedrez”: “Es un pensamiento que no conduce a ninguna parte, una matemática que no establece nada, un arte que no deja tras sí obra alguna, una arquitectura sin materia, y a pesar de ello el ajedrez ha demostrado ser más duradero, a su manera, que los libros o cualquier otra clase de monumento. Este juego único pertenece a todos los pueblos y a todas las épocas y nadie puede saber de él, qué divinidad la regaló a la tierra para matar el tedio, aguzar el espíritu y estimular el alma.
Fuente: Proceso