(Diario Avvwnire, 28 febrero 2010, p.7)
Por Adotivio Capece, director de “La Italia ajedrecista”
Uno de los primeros testimonios relativos al ajedrez en Italia nos lo ofrece una carta de San Pedro Damiani (1007-1072), el anacorteta que Dante encontrĂł en el ParaĂso, entonces cardenal titular de la diĂłcesis de Ostia. Escribiendo al papa Alejandro II, arremete violentamente contra el juego, del cual obtuvo que fuera prohibido. Pedro Damiani comunicaba al Papa que habĂa castigado a un obispo florentino, el cual, por dedicarse al ajedrez, descuidaba sus deberes religiosos. En aquella Ă©poca el ajedrez estaba muy extendido entre el clero (y los nobles). Testimonios seguros garantizan que Gregorio VI (Papa de 1045 a 1047) era un gran entusiasta. En 1128 San Bernardo de Claraval, al dar reglas a los caballeros templarios, prohibĂa el ajedrez. En 1218 la Iglesia confirmĂł la prohibiciĂłn en el concilio plenario de ParĂs. En 1254 San Luis IX, rey de Francia, prohibiĂł el ajedrez en una disposiciĂłn dictada a la vuelta de la VI Cruzada, despuĂ©s de la cual permaneciĂł cuatro años en prisiĂłn en Egipto; pudo tratarse de un arrebato de venganza, por la gran difusiĂłn que el ajedrez gozaba entre los ĂĄrabes; pero la Iglesia lo asumiĂł y condenĂł oficialmente este juego durante el concilio Biterrense en 1255. Por fortuna no sucediĂł lo mismo con los libros, preciosos cĂłdices manuscritos, a veces “piezas Ășnicas”, que se servĂan del ajedrez para transmitir enseñanzas moralizantes. Un ejemplo tĂpico es la obra “Quaedam Moralitas Scaccario” (Cierta moralidad ajedrecista), que muchos atribuyen a Inocencio III (Papa de 1198 a 1216), aunque probablemente sĂłlo le fue dedicada, sin que Ă©l fuera el autor. De todos los modos, Inocencio III encabeza la serie de Papas ajedrecistas; en su escudo aparece un tablero de ajedrez sobre el que se ha posado un ĂĄquila. Muchos documentos burocrĂĄticos confirman lo extendido que se hallaba este juego.
LimitĂĄndonos sĂłlo al campo o cĂrculo eclesiĂĄstico, un inventario del año 1236 señala que en el obispado de Lucca hay dos series completas de piezas del juego. Piezas y tableros aparecen en los inventarios de Inocencio IV, redactados en 1353. El ajedrez se conservaba entre los tesoros papales que acompañaon a los pontĂfices incluso al destierro de Aviñón. TambiĂ©n el pueblo jugaba al ajedrez. Una obra que contribuyĂł a su difusiĂłn fue el tratado escrito por el dominico Jacobo de Cessole, pequeño pueblecido prĂłximo a Asti. El tal Fray Jacobo viviĂł de 1250 a 1325 y su opĂșsculo es conocido con el tĂtulo De ludo scacchorum (Del juego del ajedrez). En Ă©l se mencionan las reglas del juego que se usaban en LombardĂa, entonces regiĂłn campeona del ajedrez; no son exactamente las actuales, pero se le parecen no poco. El libro comienza con la narraciĂłn del invento dal ajedrez, que, segĂșn Fray Jacobo, fue creado por el rey caldeo Evilmerodch, identificado con Merodach-Basladan que reinĂł del 722 al 710 a. C. El ideador del juego serĂa un filĂłsofo de la corte, cuyo nombre en lengua caldea serĂa Xerxes y en griego FilomĂ©ter: Ă©ste tal habrĂa descubierto el juego de los ataques o asaltos del ajedrez para que el rey no cayera en el ocio. En la realidad Fray Jacobo refunde las diversas teorĂas o leyendas relativas al origen del juego y combate la teorĂa segĂșn la cual habrĂa sido inventado en Troya durante la famosa guerra. El fraile describe las piezas del ajedrez como si se tratase de personas reales y concreta las tareas o servicios que cada uno ha de cumplir en la sociedad: el REY ha de ser justo, la REINA, casta, los ALFILES, sabios consejeros, los CABALLEROS, fieles, los vicarios o sustitutos del rey habrĂan de ser resistentes como rocas, o sea, TORRES. Cada PEON representa una categorĂa de trabajadores: CAMPESINO, ARTESANO, NOTARIO, MERCADER, MĂDICO, MESONERO…
Al principio del cuatrocientos (siglo XV) el ajedrez aparece envuelto en manifestaciones pĂșblicas contra la VANIDAD. El domingo 23 de septiembre de 1425, por ejemplo, san Bernardino (de Siena) predicĂł en Perugia con palabra tan ardiente, que “los hombres llevaron a la plaza dados, tableros, cartas, ajedrez y cosas similares para que fueran arrojados a la hoguera”.
En Siena en 1426, el mismo San Bernardino afirmĂł en un sermĂłn que uno de sus hermanos (religiosos franciscanos), Fray Mateo de Sicilia, habĂa conseguido destruir en el fuego “en Barcelona, en un solo dĂa, dos mil setecientos tableros, muchos de los cuales eran de marfil, y muchos juegos de ajedrez, y convirtiĂł a muchas almas”.
En 1496 y en 1497 JerĂłnimo Savonarola consiguiĂł, en Florencia, mandar al fuego los ajedreces en dos famosas “hogueras de la vanidad”. Que Savonarola sabĂa jugar al ajedrez lo confirman algunos biĂłgrafos, que citan el contenido de un sermĂłn del 9 de mayo de 1496. No obstante, la rehabilitaciĂłn del juego parecĂa inminente. La primera chispa brotĂł en Florencia, gracias a la dinastĂa de los MĂ©dici: Juan, hijo de Lorenzo el MagnĂfico, abriĂł el camino para que se anulase la condena eclesiĂĄstica; gran apasionado del ajedrez desde la juventud, prosiguiĂł siendo un destacado mecenas o protector de los jugadores de su Ă©poca, cuando en 1513 fue elegido Papa LeĂłn X. En un volumen de finales de 1500 se lee esta cita: “ El Papa LeĂłn solĂa abandonar la partida cuando se sentĂa en inferioridad de condiciones; lo cual demuestra su habilidad, pues veĂa mucho antes lo que iba a ocurrir”.
Gracias al influjo de LeĂłn X, Santa Teresa de JesĂșs hablĂł positivamente del ajedrez en su obra CAMINO DE PERFECCIĂN, escrita entre 1564 y 1566:
“Creedme: quien juega al ajedrez y no sabe colocar bien las piezas no llegarĂĄ a dar jaque mate… Imagino que os maravillarĂ©is de oĂrme hablar de juegos… Dicen que alguna vez el ajedrez estĂĄ permitido; con mayor razĂłn estarĂĄ permitido servirse de sus tĂĄcticas. MĂĄs aĂșn, si no usĂĄsemos estas tĂ©cnicas a menudo, no lograremos dar jaque mate al rey divino… En el ajedrez la lucha mĂĄs fiera contra el rey debe darla la reina, aunque concurran a ello otras piezas. Pues bien, no hay reina como la humildad para obligar al Rey del cielo a entregarse”.
A principios del seiscientos (siglo XVII) el juego del ajedrez fue considerado bueno nada menos que por San Francisco de Sales, obispo de Ginebra, que en su introducciĂłn a la vida devota, escrita en Annecy en 1608, combate el edicto del rey Luis (IX) y la condena del concilio. En el capĂtulo XXXI “Pasatiempos y diversiones, sobre todo los lĂcitos y laudables”, el santo advierte:
"Hay que guardarse de caer en excesos, tanto en lo concerniente al tiempo como en lo relativo al dinero que se juega, pues si se dedica a ello demasiado tiempo no se descansa; ni se alivia el cuerpo ni el espĂritu; al contrario se relajan y debilitan los dos”.
Amante del ajedrez fue asimismo san Carlos Borromeo, del que se cuenta que una vez ganĂł 10 ducados de oro a un primo suyo y los invirtiĂł en pagar la ceremonia de toma de hĂĄbito de una religiosa. TambiĂ©n Mons. Alfonso Litta, arzobispo de MilĂĄn desde noviembre de 1652, sentĂa pasiĂłn por el ajedrez; era tan conocida su aficciĂłn, que cuando llegĂł a la ciudad para tomar posesiĂłn le colocaron en una columna un enorme tablero de ajedrez con esta leyenda: “Ingenio, no suerte” (ingegno, non sorte); para decir que mons. Litta habĂa llegado a aquel puesto no por fortuna, sino por su virtud. Ninguno de los sumos pontĂfices que siguieron a LeĂłn X fue notable por su amor al ajedrez hasta llegar a San PĂo V (1566-1572), que ofreciĂł un importante beneficio eclesiĂĄstico a Pablo Boi, famoso ajedrecista siciliano llamado “el siracusano”, para que vistiera el hĂĄbito talar (a lo que Boi se negĂł). En aquel momento Boi era tenido por el mejor jugador del mundo conocido.
TambiĂ©n el español Ruy LĂłpez de Segura era eclesiĂĄstico, y durante su apogeo ajedrecĂstico le cayĂł en gracia a Felipe II, que le asignĂł un beneficio “vitalicio” como “mejor jugador de ajedrez del siglo XVI (cincuecento). En 1560 llegĂł a Roma acompañando a su obispo al cĂłnclave para la elecciĂłn de PĂo IV; durante el tiempo libre ganĂł a todos los mejores jugadores italianos. DespuĂ©s ideĂł una de las aperturas mĂĄs usadas todavĂa en la actualidad, que en el mundo lleva su nombre y en Italia se llama “la española”.
TambiĂ©n fue buen ajedrecista LeĂłn XIII, Papa de 1878 a 1903: ya jugaba cuando era cardenal en Perugia. MĂĄs tarde Juan Pablo I habĂa jugado por los años sesenta en su tierra de Vittorio VĂ©neto. Finalmente Juan Pablo II fue probablemente jugador en sus años mozos en la universidad de Cracovia y despuĂ©s en el seminario.
Fuente: Pasionistas