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Tres historias católicas del juego del ajedrez




El primer campeón y la apertura más célebre, las piezas milagrosas del obispo, el misterioso funeral de un excéntrico genio...



Algunos Papas han sido grandes aficionados al ajedrez, ya sea en la Edad Media, como Gregorio VI (1045-1046) e Inocencio III (1198-1216), en el Renacimiento, como León X (1513-1521), o ya en tiempos modernos, como León XIII (1878-1903) y contemporáneos, como Juan Pablo I (1978) y Juan Pablo II (1978-2005).

Primer campeón del mundo

No es sorprendente, dada la universalidad de este juego, que no conoce fronteras y casi ni tiempos, pues sus remotos e inciertos orígenes remiten a la India y al siglo VI. Pero como en su forma actual nació en Europa y en tiempos de la Cristiandad, su vinculación a la Iglesia es intensa. De hecho, el considerado como primer campeón mundial fue un sacerdote español, de Zafra (hoy Badajoz), Ruy López de Segura (1540-1580), quien entre 1570 y 1575 derrotó en Roma a todos los grandes maestros italianos, los mejores conocidos.

La apertura que lleva su nombre (1. P4R-P4R. 2.C3AR-C3AD. 3. A5C) es también conocida como Española, y desde luego -y aparte de que lleve tal nombre en atención a la nacionalidad de su creador-, con sus múltiples variantes combina a la perfección la agresividad y la solidez defensiva que caracterizaban la política militar del Imperio español en aquella época.

Las cinco piezas del obispo ermitaño

Ruy López no es el único clérigo célebre vinculado al ajedrez. Las cinco piezas más antiguas que se conservan en Europa pertenecieron a San Genadio (865-936), un monje ermitaño del siglo X que refundó en el reino de León el monasterio de San Pedro de Montes y luego fue obispo de Astorga, para terminar sus días viviendo en penitencia en las cuevas de Santiago de Peñalba.

Entre las pertenencias suyas que aún se conservan figuran cinco piezas de un ajedrez de marfil que están consideradas las más antiguas de Europa. Proceden probablemente de un ajedrez que le regalaron los reyes de León, del que quedan un alfil, un peón y una torre en varios trozos.

A esas piezas, en cuanto reliquias del santo, se les atribuyeron diversos milagros locales, y desde luego demuestran que para los ratos de esparcimiento de los contemplativos el juego del ajedrez resultaba particularmente apropiado.

Chesterton y el misterioso y solitario funeral islandés

Y si el ajedrez moderno nace de un clérigo, el genio por excelencia del tablero en el último siglo tras su espectacular triunfo de 1972 sobre Boris Spassky, el norteamericano Bobby Fisher (1943-2008), quiso un entierro católico. Dada la rareza maniática del personaje, es imposible hacer una historia de su conversión.

Desapareció del mundo del ajedrez tras ganar el campeonato mundial, que no defendió frente a Karpov. En 1992 reapareció para la revancha con Spassky (a quien volvió a ganar), pero jugando en Belgrado (entonces Yugoslavia) contra el embargo de la ONU y de su país, por lo que se dio orden de arresto contra él. Nunca volvió a Estados Unidos. Residió en todo el mundo para evitar ser extraditado, y pasó sus últimos años en Islandia, buena parte de ellos rodeados de polémica por sus declaraciones contra su país, contra Israel (fue acusado de antisemita, aunque su madre era judía) e incluso a favor de los atentados del 11-S.

Contrajo matrimonio en 2004 con la presidenta de la federación japonesa de ajedrez, Myoko Watai, tras ser detenido en Tokio y retenido durante ocho meses por una cuestión de pasaportes. Y fue ella una de las cinco únicas personas presente en su funeral, que celebró un sacerdote de la diócesis de Reikjavic, Jakob Rolland, llamado por el mejor amigo del genio en sus tiempos postreros, Gardar Sverrison.

 
Hay quien considera que fue una última pataleta de un genio excéntrico, dado que el entierro si hizo sin las preceptivas autorizaciones oficiales y de la iglesia nacional luterana. Pero sus próximos no le consideraban un demente. "No era un loco, sino un hombre enfadado", dice Einar Enarsson, quien le ayudó a instalarse en Islandia: "Recuerdo llevarle en el coche, y él cantando My Way. Podía ser cortés y amable, en especial con los niños. En muchos sentidos era una persona totalmente normal. Pero siempre está ese lado oscuro... Creía que fuerzas oscuras le perseguían".

"Carecía de inteligencia emocional, no sabía cómo tratar a la gente y desconfiaba de la mayoría", completa Saemi Palsson, que fue su guardaespaldas en el campeonato de 1972 (celebrado en Reikjavic) y mantuvo luego la amistad.

El padre Rolland, que acudió a la petición de la misa, no conocía previamente a Fischer. Las únicas declaraciones de entonces sobre su ingreso en la Iglesia provienen de Richard Vattuone, un abogado de San Diego (California), católico, que viajó hasta Japón cuando Bobby fue detenido para asesorarle legalmente y fue quien le aconsejó ir a Islandia.

"Cuando nos vimos en Japón, le di a Bobby un libro sobre G.K. Chesterton, El apóstol del sentido común, de Dale Ahlquist (publicado en España por VozDePapel), un libro que abarca muchas materias de cultura y religión. Me consta que Bobby leyó al menos algunas partes del libro. Chesterton era un converso y el libro contenía un artículo sobre su conversión. También discutimos de religión", explicó Vattuone a su muerte.

Pero ni siquiera él puede asegurar que el genio se convirtiese y, de ser así, si la lectura del libro sobre Chesterton, y eventualmente de otras obras del escritor inglés, pudieron influir en un paso que, dada la índole del personaje, habría resultado paradigmáticamente chestertoniano. 


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